domingo, 22 de agosto de 2010

TEXTO DE AGOSTO

EL REPORTERO

En memoria de Lucrecia Trujillo Lizárraga, mi abuela


No mentirás cuando la sangre haga su nido de sombras.

Pero en el Decálogo Dios no dijo que aún era incierto; la llave de la amargura.

Me aterra pensar en el río, va atiborrado de cadáveres.

Dice él que en realidad son recuerdos despiertos que flotan para ser asesinados.

“No mentirás”, le dije que Él dijo, de nuevo; pero en la cabina de su auto, cuando pasaba por un lado de nosotros, una camioneta Lobo con dos malandrines.

“Esta ciudad me parece una floresta de memorias desmembradas.”

“Sí”, me dijo, mira, los escombros de otro delincuente están esparcidos por la calle." Y agregó: “Tienes que saber que una nota es una sierpe de sombras; violentos son los caminos de los que huye un reportero.”

“Pero… no mentirás”, repetí

“¡Hey!”, exclamó, “agarran los ojos de los muertos y los ponen en frascos de canicas. Cada ojo tiene escrito un nombre de alguien ya marcado. Toman los ojos y los echan a una ruleta; en este macabro juego de muerte, el número mortal que no te toque. Las puertas de la morgue, en esta ciudad, se abren a diario para recibir un montón de cadáveres.”

“Pero…”, insistí de nuevo. Por un lado de nosotros, en la calle, las llantas de la camioneta Lobo todavía sombrías se deslizan; lo habían quebrado, los pedazos del cuerpo del delincuente yacían en el pavimento, pero los malandrines aún no terminaban su faena.

“Mira”, dijo, “un boletín de prensa, mmm: La taquigrafía de la taquigrafía de la taquigrafía.”

“¡Uf!”, grité, “por fin se fueron” Los asesinos se alejaban en silencio dentro de la camioneta.

En el camino de regreso me quedé muy serio. Pero la nota que escribimos sobre el crimen de aquel día fue fúnebre, aún censurada. Censurada porque para empezar, los sicarios, verdugos de los periodistas, nunca deben aparecer fotografiados.

Aquella noche él llegó a su casa, bebió unas cervezas y se durmió; amaneció entre las sábanas; tragos de albor estrecho le debe haber dejado la noche.


Texto de Claudia Isabel
Agosto 15 del 2010
Culiacán, Sinaloa

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