sábado, 3 de octubre de 2020

OTRO CUENTO DE ESPANTOS

 



EL ÁRBOL SINIESTRO


Esta es la historia del árbol siniestro. La historia  de los que fuimos víctimas de las  extrañas y terribles circunstancias; yo era una niña cuando sucedieron las espantosas tragedias en torno a mi círculo familiar, y a este árbol; árbol al que bien podríamos nombrar como malévolo e infernal.

Era el año 2010, vivíamos nosotros en Coyoacán, una conocida delegación de la ciudad de México; mis padres se habían divorciado hacía pocos meses; y mi mamá y yo nos quedamos a vivir en nuestra antigua casa de Prados de Churubusco;  mi papá se fue a vivir con la familia de su nueva compañera; algunas veces yo me iba a casa de mi padre, pero la mayoría del tiempo me la pasaba en casa con Selene, la empleada doméstica de mi mamá; Selene era de un pueblo del Estado de Chiapas, y tenía una mirada mágica y mística del mundo; mi mamá decía que eran supercherías; pero Selene en realidad se daba cuenta de cosas  profundas y vitales, a diferencia de las demás personas; yo era una niña solitaria; me gustaba leer y no tenía amigos que tuvieran los mismos gustos que yo;  me encantaba escuchar lo que contaba Selene de su pueblo, y  establecí con ella una liga honda y espiritual. En la casa había, pues, un gran árbol de aguacates en el patio, y coincidió que cuando se divorciaron mis padres, el árbol empezó a dar frutas huecas y vacías; eso le llamó  la atención a Selene; y ella dijo que era “una extraña y rara coincidencia”; Selene solía prepararnos ensaladas con los aguacates de ese árbol; pero desde antes de que ocurriera el primer horrible suceso, ella decía que sentía un presencia maléfica en el árbol; y es que el árbol no era un árbol normal; era abundante en hojas y ramas; y cuando lo mirabas desde abajo, parecía que te iba a devorar; era tétrico; así, pues, eran las cosas en mi casa, y yo en realidad me sentí feliz de que se separaran mis padres, pues ellos se gritaban mucho y se aventaban objetos. Uno de los días que yo me quedé en casa, dejaron conmigo a Paco, hijo de una amiga de mi mamá; Paco era un niño abusivo y engreído, al que sólo le gustaba molestar; esa vez estábamos en el patio, él y yo junto al árbol, y me dio un latigazo con su resortera; me sentí tan furiosa y  tan enfadada con Paco, que grité: “¡Ay, cómo me gustaría que desaparecieras!”; ¡ojalá no hubiera dicho eso!, pues en ese momento sucedió que cayó del árbol una rama gruesa que se desgajó del árbol de aguacates, y le golpeó la cabeza a Paco; Paco quedó tirado en el suelo: “¡Selene, Selene!”, exclamé llamando a  nuestra trabajadora para pedirle socorro; Selene vino, y sin esperar a lo que dijeran los brigadistas de la Cruz Roja, afirmó: “Creo que está muerto”; y sí, la rama, el palo, le había dado un golpe muy fuerte en la cabeza a Paco; el funeral de Paco fue muy triste, y yo me sentí culpable de su muerte; pero no le conté a nadie  lo que yo había dicho momentos antes del misterioso accidente; tenía mucha vergüenza; pero la vida siguió;  los peritos revisaron el árbol y sugirieron que lo cortáramos; tiempo después creció en el mismo espacio una enredadera, una bugambilia morada; era muy hermosa, a mí me gustaba mucho; ejercía sobre mí una enorme atracción; entonces se me olvidó lo de Paco, y nadie se percató que debajo de la enredadera, creció oculto de nuevo el árbol infernal; un día trajeron a Rolando -mi hermanastro por parte de mi papá-, a jugar conmigo en la casa; Rolando era un niño muy inocente y gentil; yo me sentía muy  bien con él; a él también le gustaba  leer y jugábamos juegos fantásticos y fantasiosos; pero entonces ocurrió otro hecho siniestro con él árbol; mientras jugábamos, de pronto la enredadera de bugambilia atrapó con sus ramas a Rolando y se lo tragó: yo me asusté mucho, y  al darme cuenta de que perdía a Rolando, grité: “¡No, no, maldito árbol! ¡Maldito árbol!”; cuando llegó al patio Selene, yo estaba como loca; y cuando vinieron los demás, creyeron que alucinaba lo que contaba que le había hecho el árbol a Rolando; pero Rolando realmente había desaparecido; lo buscaron por las calles de la colonia, y en todo  la ciudad; después creyeron que alguien se lo había robado; pusieron desplegados en la prensa a nivel nacional para buscarlo, y a mí nadie me creyó  lo que contaba, y enfermé y me hospitalizaron; Rolando nunca apareció, y los médicos recomendaron, para mi fortuna, que no me llevaran más a mi casa;  dijeron que le temía a ese árbol por lo que había pasado con Paco; mi mamá rentó otra casa, y al tiempo se casó de nuevo, y vendió la casa del árbol de aguacates;  yo quedé desde entonces delicada y frágil, sin que nunca nadie me creyera lo que realmente había pasado con Rolando y el árbol siniestro de la antigua casa, de nuestro antiguo hogar; excepto Selene.

 

Claudia Isabel Quiñónez

3 de octubre del 2020

Culiacán, Sinaloa

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Puedes hacer un comentario