EL ÁRBOL
SINIESTRO
Esta es la historia del árbol siniestro. La historia de los que fuimos víctimas de las extrañas y terribles circunstancias; yo era
una niña cuando sucedieron las espantosas tragedias en torno a mi círculo
familiar, y a este árbol; árbol al que bien podríamos nombrar como malévolo e
infernal.
Era el año 2010, vivíamos nosotros en Coyoacán, una conocida
delegación de la ciudad de México; mis padres se habían divorciado hacía pocos
meses; y mi mamá y yo nos quedamos a
vivir en nuestra antigua casa de Prados de Churubusco; mi papá se fue a vivir con la familia de su
nueva compañera; algunas veces yo me iba a casa de mi padre, pero la mayoría
del tiempo me la pasaba en casa con Selene, la empleada doméstica de mi mamá;
Selene era de un pueblo del Estado de Chiapas, y tenía una mirada mágica y
mística del mundo; mi mamá decía que eran supercherías; pero Selene en realidad
se daba cuenta de cosas profundas y
vitales, a diferencia de las demás personas; yo era una niña solitaria; me
gustaba leer y no tenía amigos que tuvieran los mismos gustos que yo; me encantaba escuchar lo que contaba Selene de
su pueblo, y establecí con ella una liga
honda y espiritual. En la casa había, pues, un gran árbol de aguacates en el
patio, y coincidió que cuando se divorciaron mis padres, el árbol empezó a dar
frutas huecas y vacías; eso le llamó la
atención a Selene; y ella dijo que era “una
extraña y rara coincidencia”; Selene solía prepararnos ensaladas con los aguacates
de ese árbol; pero desde antes de que ocurriera el primer horrible suceso, ella
decía que sentía un presencia maléfica en el árbol; y es que el árbol no era un
árbol normal; era abundante en hojas y ramas; y cuando lo mirabas desde abajo,
parecía que te iba a devorar; era tétrico; así, pues, eran las cosas en mi
casa, y yo en realidad me sentí feliz de que se separaran mis padres, pues ellos
se gritaban mucho y se aventaban objetos. Uno de los días que yo me quedé en
casa, dejaron conmigo a Paco, hijo de una amiga de mi mamá; Paco era un niño
abusivo y engreído, al que sólo le gustaba molestar; esa vez estábamos en el
patio, él y yo junto al árbol, y me dio un latigazo con su resortera; me sentí
tan furiosa y tan enfadada con Paco, que
grité: “¡Ay, cómo me gustaría que desaparecieras!”; ¡ojalá no hubiera dicho eso!, pues en ese momento
sucedió que cayó del árbol una rama gruesa que se desgajó del árbol de
aguacates, y le golpeó la cabeza a Paco; Paco quedó tirado en el suelo: “¡Selene,
Selene!”, exclamé llamando a nuestra trabajadora para pedirle socorro;
Selene vino, y sin esperar a lo que dijeran los brigadistas de la Cruz Roja, afirmó:
“Creo que está muerto”; y sí, la rama, el palo, le había dado un golpe muy
fuerte en la cabeza a Paco; el funeral de Paco fue muy triste, y yo me sentí
culpable de su muerte; pero no le conté a nadie
lo que yo había dicho momentos antes del misterioso accidente; tenía
mucha vergüenza; pero la vida siguió; los
peritos revisaron el árbol y sugirieron que lo cortáramos; tiempo después
creció en el mismo espacio una enredadera, una bugambilia morada; era muy hermosa,
a mí me gustaba mucho; ejercía sobre mí una enorme atracción; entonces se me
olvidó lo de Paco, y nadie se percató que debajo de la enredadera, creció oculto
de nuevo el árbol infernal; un día trajeron a Rolando -mi hermanastro por parte
de mi papá-, a jugar conmigo en la casa;
Rolando era un niño muy inocente y gentil; yo me sentía muy bien con él; a él también le gustaba leer y jugábamos juegos fantásticos y fantasiosos; pero
entonces ocurrió otro hecho siniestro con él árbol; mientras jugábamos, de
pronto la enredadera de bugambilia atrapó con sus ramas a Rolando y se lo
tragó: yo me asusté mucho, y al darme cuenta de que perdía a Rolando, grité: “¡No,
no, maldito árbol! ¡Maldito árbol!”; cuando llegó al patio Selene, yo estaba
como loca; y cuando vinieron los demás, creyeron que alucinaba lo que contaba
que le había hecho el árbol a Rolando; pero Rolando realmente había
desaparecido; lo buscaron por las calles
de la colonia, y en todo la ciudad;
después creyeron que alguien se lo había robado; pusieron desplegados en la
prensa a nivel nacional para buscarlo, y a mí nadie me creyó lo que contaba, y enfermé y me hospitalizaron; Rolando nunca
apareció, y los médicos recomendaron, para mi fortuna, que no me llevaran más a
mi casa; dijeron que le temía a ese
árbol por lo que había pasado con Paco; mi mamá rentó otra casa, y al tiempo se
casó de nuevo, y vendió la casa del árbol de aguacates; yo quedé desde entonces delicada y frágil,
sin que nunca nadie me creyera lo que realmente había pasado con Rolando y el
árbol siniestro de la antigua casa, de nuestro antiguo hogar; excepto Selene.
Claudia Isabel Quiñónez
3 de octubre del 2020
Culiacán, Sinaloa
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